Era un dolor de cabeza torturante, agudo, persistente: un dolor que
no presagiaba nada bueno. Así que Miguel Encinas Alcántara, de
sesenta y tres años de edad y vecino de Chalco, México, decidió ir al
hospital. Lo acompañaron algunos familiares, y llegó al hospital del
pueblo a las 6:30 de la mañana, exactamente. Pero en el hospital no
comenzaban a atender sino hasta las 7:00. Los familiares y el enfermo
mismo clamaron, rogaron e insistieron, pero el reglamento era
inflexible, de modo que no lo atendieron.