"En todos sus días su padre nunca lo había reprendido...";
1 Reyes 1:6
Cuando era niño, en casa teníamos toda clase imaginable de mascotas,
desde pececillos de colores hasta conejillos de Indias, gatos y
perros; nuestra casa contenía los panoramas, los sonidos y los olores
Una imagen que recuerdo vívidamente es de una mamá gata y sus
gatitos. Cuando una de sus juguetonas crías se alejaba demasiado,
ella suavemente recogía con los dientes a la bolita de pelo
extraviada y la llevaba de nuevo rápidamente junto a sus hermanos.
Sus quijadas de amor impedían que el gatito se convirtiera en juguete
para el perro. A veces, esa retirada a dientes enojaba o molestaba al
gatito, el cual maullaba su obvio desagrado. Pero la mamá gata seguía
llevando a casa a sus gatitos de patas débiles hasta que fueran lo
suficientemente mayores como para cuidarse solos.
El cuidado vigilante que aquella gata daba a sus pequeños es similar
a la disciplina que los padres deben dar a sus hijos. Cuando somos
jóvenes, necesitamos esa protección que nos ayude a ser adultos
responsables. Sin ella, nunca desarrollaríamos el dominio propio.
Aparentemente eso fue lo que salió mal con Adonías, el hijo del rey
David. En 1 Reyes 1:6 leemos: "En todos sus días su padre nunca lo
había reprendido diciéndole: "¿Por qué haces esto?..."
Parece que David descuidó su responsabilidad paterna de disciplinar a
su hijo. No lo hacía rendir cuentas. Como resultado de ello Adonías
perdió el control. Hasta trató de ocupar el puesto del rey, aunque
ya se le había prometido esa posición a su hermano Salomón. Su vida
era un desastre porque su crianza no había sido la mejor.
Si tus padres te han amado lo suficiente como para decir No y
disciplinarte, tal vez es hora de darles las gracias... y gracias a
Dios porque te dio esos padres. Sus "quijadas de amor" eran justo lo
que necesitabas para que llegaras al lugar donde estás.
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